Feingold (1992) propuso hace ya bastantes años una interesante teoría acerca de la elección de pareja que ha resistido bien el paso del tiempo. Según este psicólogo, cualquier pareja potencial debe pasar una serie de filtros antes de convertirse en nuestra pareja definitiva (aunque hablar de definitivo es sin duda una forma de hablar). Como no podría ser de otra manera, el primero de estos filtros es la proximidad: si nuestra media naranja reside en Laponia, es bastante improbable que tengamos la oportunidad de conocernos e intimar, aunque hay que reconocer que Internet está empezando a derribar la barrera de la distancia física.
El segundo filtro es ese que muchos de vosotros estáis pensando: el atractivo. Es indudable que si encontramos atractiva a una persona tendrá más posibilidades de que nos acerquemos o interesemos por ella, y que de ese conocimiento surja algo de más calado. Hemos hablado de atractivo, y no de atractivo físico, aunque hay que reconocer que este último tiene un gran peso, ya que la apariencia física es mucho más evidente que la belleza interior, que requiere de más tiempo para que pueda ser detectada, y no todos están dispuestos a dar esa oportunidad a quienes son menos agraciados, que parten con una clara desventaja en el juego del emparejamiento. No obstante, también hay que reconocer que las tornas cambian con el paso del tiempo. El responsable de ese cambio es el efecto de halo, que hace que atribuyamos toda una serie de características positivas a aquellas personas más guapas, y tendamos a pensar que serán también más inteligentes, más amables, más simpáticas y divertidas, etc.-Claro, esto de que el malo de la película sea siempre tan feo y el bueno tan guapo, tenía que tener consecuencias-. Pero, como no ocurre así, pues belleza e inteligencia no siempre van de la mano, esas personas tan atractivas suelen decepcionar cuando se las conoce mejor, pues las expectativas eran demasiado altas. En cambio, los menos atractivos recorren el camino contrario, y en las distancias largas tienen un mejor desempeño, cuando se descubre que no son tan torpes o malvados como podíamos haber imaginado por su aspecto. también hay que reconcoer que, a pesar de la importancia del atractivo físico, no tendemos a elegir como parejas a personas que consideramos muy atractivas. Más bien, buscamos parejas a las que atribuimos un atractivo parecido al nuestro, probablemente para evitar la posibilidad de rechazo, o el estrés derivado de una relación muy desequilibrada.
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El tercer filtro es la similitud, ya que tendemos a buscar pareja entre quienes se asemejan a nosotros en religión, ideología, nivel educativo, profesión y clase social. La semejanza de ideas es un factor muy relevante para la armonía marital, y factores tales como la similitud de profesiones o de nivel educativo son unos de los predictores más claros de igualdad de ideas. En general, aquellas parejas más semejantes muestran un mayor nivel de satisfacción, mientras que cuando hay importantes diferencias aumentan las probabilidades de divorcio.
No basta percibir al otro como atractivo y con características deseables, además el sujeto debe percibir signos de que esa atracción es recíproca. Que alguien nos guste mucho no implica necesariamente que vayamos a caer en el enamoramiento. El factor que contribuye decisivamente a encender la llama es la sospecha de que existe reciprocidad en la atracción. En aquellos casos en los que no se percibe reciprocidad evitaremos tirarnos a la piscina sin saber si tiene agua, y es posible que de forma no siempre consciente, controlemos y anulemos el deseo para evitar la probabilidad del rechazo. Es curioso que cuando se observa reciprocidad suele aumentar el deseo hacia el otro y el enamoramiento se precipita.
El último filtro es la complementariedad. Cuando una pareja potencial posee características que resultan atractivas, hay cierta sintonía ideológica y la atracción es recíproca, debe también poseer algunas características o recursos que no tenemos, y que puedan complementar los nuestros. Parecidos pero no iguales, pues sería bastante aburrido ¿o no?
Alfredo, me ha parecido un modelo o teoría muy elegante este de los cinco filtros. Resiste como dices el paso del tiempo porque es muy genérico y conceptual, cercano al "sentido común".
ResponderEliminarHabría que ver qué pasa si entramos en el ámbito de las definiciones más operativas de estas cinco variables y se arman modelos más experimentales, seguramente entonces ya no resistirían tan bien, no? :-)
Buena entrada!
ResponderEliminarPero quien controla, modula, se los salta si quiere, o no, los filtros (que me parece muy coherente la teoria), es el sexo elector en relaciones heterosexuales: las chicas.
Pues sí, es bastante probable que sea lo genérico del modelo lo que explique su perdurabilidad.
ResponderEliminarAníbal, no creo que sea tan sencillo traspasar ese modelo de elección de la pareja por parte de la hembra de la mayoría de las especies a la humana. El modelo de Feingold hace referencia a elección de pareja para una relación de carácter más o menos estable, no para el "apareamiento". En cuanto a este último, el hombre no se diferencia demasiado de los machos de otras especies y estaría dispuesto de forma casi permanente a atender las solicitudes femeninas. Sin embargo, cuando se trata de establcer una relación de pareja, sin duda se trata de un acto mucho más reflexivo, en el que el varón tiene voz y voto.
Saludos
Vaya, muy interesante, ahora ya sé con mayor exactitud lo que hay "detrás" de una relación :D
ResponderEliminarUn saludo de un nuevo admirador jaja.
No se muestran los botones para enviar el
ResponderEliminarpost, que hay que presionar?
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