miércoles, 10 de diciembre de 2008

Sobre regresiones o retrocesos en el desarrollo


Uno de los debates más clásicos en la psicología evolutiva es el referido a la continuidad o discontinuidad del proceso de desarrollo: ¿se produce el desarrollo ontogenético mediante etapas o saltos cualitativos, o, por el contrario, no hay otra cosa que un cambio gradual y acumulativo? Este debate se complica cuando algunos autores proponen no sólo cambios cualitativos, sino que van más allá al afirmar que la discontinuidad en el desarrollo implica, además de saltos evolutivos, regresiones o retrocesos, con pérdidas temporales de algunas competencias previamente adquiridas.

Una de estas regresiones tendría lugar durante el primer año de vida del niño, en el que se daría una regresión en el ámbito emocional que estaría vinculada a los cambios cerebrales propios de este periodo, que suponen una poda o recorte de conexiones neuronales tras la proliferación sináptica de los primeros meses. Esta reorganización cerebral se traduciría a nivel comportamental en irritabilidad, llantos frecuentes, pérdida de sueño y apetito, rechazo a las personas que lo cuidan, etc. Todas estas conductas pueden tener una función adaptativa como es hacer que los padres presten más atención al bebé en un momento en el que está comenzando sus desplazamientos autónomos, lo que conlleva ciertos riesgos para su integridad física.
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Otra regresión ocurriría al comienzo de la adolescencia, momento en el que también están teniendo lugar importantes cambios en la corteza prefrontal, de características similares a los que tienen lugar durante la primera infancia en otras áreas cerebrales (arborización sináptica seguida del posterior recorte de las conexiones no usadas y fortalecimiento de las usadas). Esta reorganización cerebral postpuberal también tiene su traducción comportamental, ya que como hemos comentado en otro lugar (ver aquí), durante estos años chicos y chicas muestran una alta implicación en conductas de búsqueda de sensaciones y asunción de riesgos, una baja tolerancia a la frustración, una escasa capacidad para controlar sus emociones y, probablemente debido a ello, un aumento de los conflictos con los padres. También se han observado algunos retrocesos en el reconocimiento de rostros o en la asunción de perspectivas. Muchos de estos cambios no son sino una consecuencia de la reorganización cerebral, pero otros pueden resultar adaptativos, por ejemplo, la implicación en conductas de riesgo puede acarrear ventajas, como la salida del adolescente del grupo familiar para favorecer el emparejamiento con sujetos no consanguíneos, o promover la exploración y experimentación. A pesar de los riesgos que puede conllevar esta experimentación, también es un requisito para el logro de la identidad personal y una oportunidad para el desarrollo y el crecimiento evolutivo. Además, al igual que ocurría durante la regresión de la primera infancia, estos comportamientos pueden hacer que los padres manifiesten una mayor atención y seguimiento de los comportamientos del chico o de la chica en los momentos en los que está comenzando a distanciarse del hogar familiar.

Por lo tanto, es muy probable que estas regresiones ocasionadas por las reorganizaciones cerebrales de la primera infancia y de la adolescencia temprana sean, tras los lógicos inconvenientes que generan en el entorno familiar en un primer momento, un factor que contribuye a favorecer la maduración y el desarrollo de niños y adolescentes.


1 comentario:

  1. Alfredo, es muy interesante el concepto de regresión comportamental que describes en el post atribuyéndolo a procesos de desarrollo neurológico. Aunque no había leído nada al respecto, sí había observado algo parecido en mi práctica profesional con niños y adolescentes.

    Un saludo y enhorabuena por el blog.

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