viernes, 30 de abril de 2010

¿Debe rebajarse la edad penal de los menores?


Ya he dedicado alguna que otra entrada a este asunto, pero coloco aquí un artículo que mi colega Jesús Palacios y yo mismo publicamos este miércoles pasado en El Correo de Andalucía.

La vida de la Ley de Responsabilidad Penal del Menor no ha sido fácil. Desde su publicación a principios de 2000, gobernando el Partido Popular, su trayectoria ha estado jalonada de ataques y propuestas de cambios, especialmente en momentos en los que algún acto delictivo cruel y sangriento cometido por menores tiene una presencia reiterada en los medios de comunicación. Alrededor del doloroso entierro de una víctima, es fácil dejarse llevar por la rabia y pedir para menores la aplicación de sanciones similares a las utilizadas con delincuentes adultos. Se piden rebaja de la edad penal y mano muy dura contra los asesinos. La idea es simple: cuanto más baja la edad y cuando más dura la mano, mucho mejor.

La investigación evolutiva tiene demostrado que a partir de los 14 o 15 años las capacidades cognitivas de chicos y chicas son similares a las de los adultos. Pero también que los adolescentes son más impulsivos, más sensibles a la presión del grupo, y tienden a centrarse en las consecuencias a corto plazo de sus actos, prestando escasa atención a muchas de sus consecuencias futuras, sobre todo en situaciones de alto contenido emocional. Estudios recientes con técnicas de neuroimagen han mostrado cómo en los años que siguen a la pubertad hay una enorme sensibilidad ante las recompensas inmediatas, así como mayores dificultades para el control de impulsos y para la ajustada previsión de consecuencias. Por ello son típicas de la adolescencia conductas exploratorias que a veces tienen algún componente antisocial, pero que no deben interpretarse –porque no lo son– como el inicio de una carrera criminal. La inmensa mayoría de adolescentes y jóvenes hacen luego una transición hacia las conductas adultas consideradas responsables y adecuadas. No nos encontramos, pues, ante una juventud que deba ser considerada delincuente y peligrosa.

Pero hay algunos chicos y chicas que hacen daño a otras personas. En excepcionales casos extremos, el daño puede llevar –como recientemente en Seseña– a la muerte de la víctima. Y es ahí donde bulle la sangre que pide palo y tente tieso. Puesto que la responsabilidad penal está ahora en los 14 años, si el autor o autora del terrible acto tiene 12, se pide que la edad penal baje a esa edad. ¿Y si quien comete el asesinato tuviera 10 años? Pues que se rebaje a 9, por si acaso. Y, eso sí, mano dura. Cuanto más dura, mejor.

Mientras que en la mayor parte de los países europeos la responsabilidad penal de los menores está fijada, como en España, a partir de los 14 años, en el Reino Unido el planteamiento es más severo, con la edad penal a los 10 años. A principios de los 90, dos niños de esa edad asesinaron a un pobre pequeño de dos años. Los asesinos fueron juzgados y condenados por un tribunal ordinario. Por la edad y la forma en que fueron juzgados y cumplieron su sentencia, éste es un buen ejemplo de justicia penal punitiva aplicada a quienes ni siquiera han llegado aún a la pubertad. Hace algunas semanas, poco después de que cumplieran su condena y fueran puestos en libertad, uno de los dos chicos, ya mayor de edad, fue detenido bajo la acusación de un grave delito. Al menos en este caso, el tratamiento penal de adulto a una edad muy temprana ha demostrado no ser eficaz para recuperar a este chico y para proteger a posibles víctimas.
La última etapa de la infancia y más aún la adolescencia, son períodos de una enorme plasticidad en que las relaciones que chicos y chicas mantienen con su entorno son fundamentales para la adquisición de las competencias precisas para convertirse en adultos responsables. Para quienes deben ser apartados de la sociedad por sus delitos, no es lo mismo un centro orientado a su recuperación que otro dedicado a su custodia. Los centros para menores procuran ofrecer a los adolescentes antisociales un contexto favorable, no limitando su acceso a experiencias necesarias para alcanzar la madurez. Por el contrario, las cárceles son entornos aversivos en los que el contacto con otros delincuentes adultos servirá para fortalecer en ellos sus tendencias antisociales. No es de extrañar que la mayoría de estudios encuentren que, en igualdad de condiciones, la reincidencia es mayor en los menores internados en centros penitenciarios ordinarios. No parece, por tanto, que a largo plazo la reclusión desde pronto en prisiones cumpla la función de proteger a la sociedad, ya que bien puede estar contribuyendo a la reincidencia de los menores encarcelados.

Tendemos a dividir la sociedad en víctimas y verdugos, en lobos y corderos. Tendemos a pensar que ni nosotros ni nuestros hijos estamos en el lado oscuro. Pero si uno de nuestros hijos adolescentes entrara en algún momento en contacto con el sistema penal, ¿querríamos para él una ley punitiva aplicada en un entorno carcelario adulto o una ley rehabilitadora que le permitiese no sólo cumplir una pena, sino también integrarse luego en la sociedad?El principal problema de la Ley del menor no es su contenido, que es acorde con la doctrina internacional mayoritaria y que tiene un enfoque fundamentalmente reeducativo. Lo que habría que mejorar es su aplicación en centros cada vez mejores, cada vez mejor dotados y cada vez más eficazmente orientados a la rehabilitación y reintegración social de quienes han cometido delitos.
Por lo demás, los debates en torno a la rebaja de la edad penal sólo sirven para poner descarnadamente al desnudo las contradicciones de algunas posturas adultas, que sostienen al mismo tiempo que un chico o una chica de 12 años ya tiene suficiente madurez como para tomar decisiones que deben ser juzgadas penalmente como las de los adultos, pero que ese mismo chico o chica son a los 16 años todavía inmaduros para votar o para decidir por su cuenta sobre el curso de un embarazo. Una falta de sentido tan palmaria como la de convertir en asesor sobre materias penales a un hombre que ha tenido la desgracia de verse desgarrado por el asesinato de su hija.
Alfredo Oliva y Jesús Palacios
Profesores del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla

miércoles, 21 de abril de 2010

Felicidad y Salud






No se puede decir que el pesimismo esté de moda en estos tiempos, y las posturas de los filósofos irracionalistas como Schopenhauer, o de los existencialistas, como Sartre, se nos antojan bastante demodés. Hoy día todos queremos ser felices, aunque para ello tengamos que mostrar una cierta dosis de insensibilidad ante el sufrimiento ajeno y dejar de sentirnos culpables por ello. La Psicología Positiva, que propone la importancia de analizar los estados de ánimo favorables y sus determinantes, y que ha puesto el foco de atención sobre conceptos como bienestar psicológico, optimismo, resiliencia o satisfacción vital, es una línea de investigación e intervención cada vez más pujante.

Pues si ya existían razones suficientes para buscar la felicidad, ahora tenemos un nuevo argumento, ya que un estudio publicado en The European Hearth Journal ha encontrado que las personas que se muestran contentas y felices tienen menos probabilidades de desarrollar problemas coronarios. Como apunta la investigadora de la Universidad de Columbia, Karina Davidson, aquellos adultos que presentaron una mayor tendencia a expresar emociones positivas y que se sentían más felices también mostraron una mejor salud cardiovascular.

Aunque esta relación podría deberse al estilo de vida más saludable mostrado por las personas felices –dormir mejor, realizar más ejercicio-, parece que existen también procesos fisiológicos implicados, sobre todo relacionados con el estrés. Como ya hemos indicado en alguna entrada anterior las situaciones estresantes someten al organismo a un intenso desgaste, en cambio, las emociones positivas provocan el efecto contrario, ya que disminuyen los niveles de cortisol, bajan la tensión arterial y el ritmo cardiaco.

El estudio se llevó a cabo sobre una muestra de más de 1700 personas residentes en Nueva Escocia (Canadá) a quienes se siguió durante una década, y que fueron entrevistadas y filmadas mientras realizaban algunas tareas y rutinas cotidianas, para evaluar su tendencia a expresar emociones positivas. Las pruebas realizadas permitieron a los investigadores descartar que la relación entre felicidad y salud se debiera a factores genéticos.

Pues bien, parece que si queremos mimar nuestra salud y proteger nuestro corazón tendremos que tratar de levantarnos por las mañanas con mejor ánimo, y cambiar una expresión avinagrada por una amplia sonrisa. Es cierto, que ello no siempre resulta fácil, y que, además, existen factores genéticos relacionados con una actitud vital más o menos optimista. No obstante, se puede hacer un pequeño esfuerzo por dedicar un tiempo diario a realizar una actividad que nos resulte satisfactoria y nos haga sentirnos mejor: leer, ver una película, pasear, hablar con los amigos, …etc., en definitiva desacelerar un poco e introducir algo de “slow” en nuestras vidas.
Si quieres ser feliz, como me dices,
no analices, muchacho, no analices.
Joaquín Bartrina

Davidson, K., Mostofsky, E. & Whang, W. (2010). Don't worry, be happy: positive affect and reduced 10-year incident coronary heart disease: The Canadian Nova Scotia Health Survey . European Heart Journal, 18



sábado, 17 de abril de 2010

Sexo y mentiras en La Razón


En la entrada anterior me he referido al papel de madres y padres en la educación sexual de sus hijos, incluso me he atrevido a dar algunos consejos y sugerencias. Y lo hice porque creo que es importante hacer frente a estos temas en casa; sin embargo, se trata de un deseo que choca con una realidad bien diferente, ya que los estudios realizados sobre este tema coinciden en un dato: la información sexual que tienen los adolescentes raramente procede de casa, puesto que entre los temas de conversación entre padres e hijos adolescentes la sexualidad ocupa el último lugar (ver aquí o en la tabla inferior). Las razones que suelen dar madres y padres sobre esta falta de comunicación al respecto son diversas: les da corte, no se sienten preparados, creen que sus hijos saben más que ellos, prefieren que la escuela se ocupe de este espinoso asunto…etc.

Tabla: Frecuencia de comunicación sobre una serie de temas (1= nunca, 4= muchas veces)

Ante este triste panorama, parece un ejercicio de responsabilidad que la Administración se haga cargo de proporcionar en las aulas una educación sexual de calidad que combine los aspectos afectivos con los relacionados con el placer, que no son menos importantes. Pero claro, esto que parece una evidente perogrullada sigue sin ser entendido por los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad, que cada vez que aparece una iniciativa en este sentido comienzan su campaña de mentiras y falsedades con el objetivo escandalizar a la opinión pública y desacreditar programas muy meritorios. Y ejemplos muy recientes hemos tenido en nuestro país, como ante la campaña “El placer está en tus manos” puesta en marcha por el Consejo de la Juventud y el Instituto de la Mujer de la Junta de Extremadura o, más recientemente, ante un folleto elaborado por la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía. En ambos casos, gran parte de los ataques iban dirigidos a que se hablase a los adolescentes de masturbación con total naturalidad. Como ya he escrito en este mismo blog sobre la masturbación y las mentiras al respecto, remito a esa entrada al lector interesado (ver aquí).

Pues nada, tendremos que seguir escuchando a todos esos reprimidos moralizantes (aquí, o aquí) que siguen considerando, eso sí con todo su derecho, que la sexualidad adolescente es una actividad peligrosa que debe ser demorada cuanto más mejor, y si es posible hasta el matrimonio, y no una faceta normativa e integral del desarrollo humano, con todo el potencial para promover el bienestar personal. Aunque no me extraña que la consideren una actividad sucia y peligrosa, hábida cuenta de cómo la viven algunos pederastas de esa Iglesia que tanto clama en su contra. Y es que tanta represión no puede traer nada bueno.

Una última cosa, si lo desean olvídense del placer, pero, por favor, al menos dejen de ir en contra de su octavo mandamiento.

jueves, 8 de abril de 2010

Madres y padres ante la sexualidad de sus hijos adolescentes


Cada vez es menor la edad con la que nuestros hijos e hijas tienen su primera relación sexual con penetración, y a pesar de su mayor formación sobre sexualidad, todavía son muchos los chicos y chicas que no usan ningún método anticonceptivo en sus relaciones sexuales.

Los datos del Informe Juventud en España de 1992 indicaban que un 34% de adolescentes de menos de 18 años habían mantenido relaciones sexuales con penetración. En 1996, los datos de ese mismo informe indicaban un porcentaje del 43%. Es decir, parece que la edad del primer coito se está adelantando, y se sitúa en torno a los 17 años. La mayoría de adolescentes “se estrenan” entre los 15 y los 18 años. Todos los estudios suelen coincidir en que los chicos dicen iniciarse antes que las chicas. No obstante, estas diferencias bien podrían deberse al significado que la “primera vez” tiene para unos y para otras. Para los chicos iniciarse pronto es algo que está bien visto y sirve para aumentar el prestigio ante el grupo de amigas y amigos; para las chicas, por contra, una iniciación precoz no está tan bien valorada, más bien ocurre lo contrario. Por ello, los chicos tenderían a reconocer edades de iniciación más precoces y las chicas más tardías. Estas primeras relaciones coitales suelen ir precedidas de intercambios de besos y caricias que tienen un claro valor de aprendizaje, y que son necesarios para que chicos y chicas vayan conociendo mejor su cuerpo y el de la otra persona, así como todo lo relacionado con la actividad sexual.

Una de las mayores preocupaciones que tienen las madres y padres de adolescentes tiene que ver con esa “primera vez”. Nos referimos a las consecuencias que pueden derivarse de esas relaciones sexuales cuando se llevan a cabo sin la protección debida. La probabilidad de un embarazo no deseado o de contraer alguna enfermedad de transmisión sexual como el VIH/SIDA o la gonorrea, justifican sobradamente esta preocupación.

¿Están nuestros hijos e hijas realmente formados y preparados para afrontar con seguridad esas primeras relaciones? No resulta fácil dar una respuesta global a esa pregunta, pero los datos de algunos estudios señalan que cuanto más pronto se inicien, más probabilidad hay de que no utilicen ningún método anticonceptivo. No es tan arriesgado iniciarse a los 18 años como hacerlo a los 14. A pesar de las muchas campañas que se han llevado a cabo durante los últimos años para promover el uso del preservativo, aún son muchos los chicos y chicas que mantiene relaciones sexuales sin ninguna protección. Las razones de esta falta de uso son variadas. Una de ellas es la falta de información. Por ejemplo, hay quienes piensan que no puede haber embarazo la primera vez, ni tampoco si se hace el amor de pie porque el semen se escurre. La falta de previsión puede ser otro motivo. Como decía un chico: “Para una vez que se te presenta la ocasión no vas a preocuparte de eso”. Las actitudes negativas hacia el uso del preservativo, por pensar que limita el placer o que rompe la naturalidad o la espontaneidad del acto, son otro motivo de la falta de uso entre quienes son más jóvenes.

Hay que destacar que chicos y chicas deben tener un fácil acceso a preservativos para evitar las conductas sexuales de riesgo. Sin embargo el trato discriminatorio que muchas madres y padres muestran hacia sus hijos e hijas se pone de manifiesto cuando consideran un acto de responsabilidad el hecho de que su hijo lleve un preservativo en la cartera, mientras que cuando de trata de su hija la respuesta parental es bastante menos favorable.


ALGUNAS CUESTIONES GENERALES SOBRE MÉTODOS ANTICONCEPTIVOS



  • Es recomendable que mantengáis con vuestros hijos e hijas una buen clima de confianza para que se sientan con la libertad de preguntaros cualquier duda que les surja en torno al tema de la sexualidad. A veces, por vergüenza o por falta de confianza, intentan buscar respuestas sólo a través de los amigos y amigas, llegando en muchas ocasiones a conclusiones erróneas con respecto a temas importantes. Por ejemplo, pueden llegar a pensar la “marcha atrás” es un método anticonceptivo eficaz, cuando en realidad se trata de una práctica de riesgo que no evita ni los embarazos ni las enfermedades de transmisión sexual.


  • Si os consideráis informados, podéis discutir con ellos y ellas la eficacia y los riesgos de los distintos métodos anticonceptivos, haciéndoles ver no sólo la importancia de algunos para evitar embarazos no deseados, sino como medio fundamental de prevenir la infección por enfermedades de transmisión sexual.