viernes, 23 de noviembre de 2007

El vértigo y la vergüenza

A principios de los años 70, con Franco aún vivo, Alexander Solzhenitsyn visitó España y fue entrevistado por José María Iñigo en su programa Estudio Abierto. El impacto de la entrevista fue tal que tuvo que repetirse para que el Caudillo, que ya se había ido a la cama y aún no sabía programar el video, pudiese verlo. Unos años después, en plena transición democrática, volvió al programa. Quienes tuvimos ocasión de verlo, aún recordamos aquella larga barba florida que un columnista de la época comparó con una “cuneta en primavera”, y la indignación que nos causó lo que entonces consideramos una soflama anticomunista. Solzhenitsyn se convirtió en una auténtica bestia negra de la izquierda europea, que le consideraba un agente de la CIA, y sus libros Archipiélago Gulag y Un día en la vida de Ivan Denísovich, eran mirados con mucha cautela. No podía ser cierto que lo relatado en aquellas novelas estuviese ocurriendo en la Unión Soviética, país por el que sentíamos tanta admiración. En todo caso, sin duda el castigo era merecido: “algo habría hecho”.

Treinta años después he tenido la ocasión de leer “El vértigo”, la novela autobiográfica en la que Eugenia Ginsburzg relata su particular viaje de ida y vuelta al infierno de las cárceles y los campos de trabajo siberianos. Un viaje de 18 años que comenzó en 1937 y dejó profundas cicatrices en el alma de esta convencida comunista. Se trata del testimonio estremecedor de uno de los episodios más vergonzosos de la historia europea del siglo XX: el calvario que sufrieron las víctimas de las purgas que desató Stalin en su afán por defender la "pureza comunista".

El vértigo es una gruesa novela de más de 800 páginas, escrita con credibilidad y un gran talento literario, que recoge las experiencias y sufrimientos de esta mujer en su paso por los terribles Lagers o campos de trabajos forzados, en los que la escasa alimentación y el intenso frío del invierno siberiano diezmaron a los represaliados por el régimen stalinista. Aunque Eugenia Ginzburg terminó el libro en 1959, seis años después de la muerte del dictador, aún tardaría 8 años más en ser editado en Italia. Sin embargo, durante bastantes años circuló en la Unión Soviética de manera clandestina en forma de copias mecanografiadas que pasaban de mano en mano burlando la censura oficial.

En este caso no hay dudas, ya que no se trataba de ninguna contrarrevolucionaria: Evgenia Ginzburg era miembro del Partido Comunista, mujer de un alto cargo del mismo partido y profesora de historia y literatura en la Universidad de Kazán. Su crimen, al igual que el de Solzhenitsyn, consistió en realizar algunos comentarios, interpretados como críticos, acerca del dictador.

La lectura de “El vértigo”deja al lector fuertemente afectado por la carga emocional del relato, y hace sentir cierta vergüenza a quienes 30 años antes cerramos los ojos ante tanta brutalidad. Su testimonio, al igual que los de Primo Levi e Imre Kertész referidos a los campos nazis de concentración, y el de Max Aub sobre los últimos días de la nuestra Guerra Civil (véase la magnifica Campo de los Almendros), revelan el enorme sufrimiento causado por brutales dictadores como Stalin, Hitler y Franco.

Evgenia Ginzburg abre su obra con los mismos versos de Yevgeny Yevtushenko que empleamos para cerrar este comentario.

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Y yo dirijo
a nuestro gobierno
esta súplica:
dóblese,
triplíquese
la guardia en su tumba.








2 comentarios:

  1. También yo leí El Vértigo hace unos pocos años. Es, probablemente, uno de los mejores libros que he leído jamás. Aunque sea una descripción subjetiva de hechos sucedidos, es un libro con una técnica narrativa brutal, comparable a la de la mejor ficción. (No se puede decir lo mismo del Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn, que es una relación de pasajes brutales, pero que acaba por saturar al lector.)

    Es curioso que hoy se haya conseguido estigmatizar al nazismo o al fascismo por los crímenes de los años 40 y no al comunismo. Tengo amigos que proclaman orgullosamente ser comunistas. Cuando los oigo, siento la misma vergüenza que si se declararan fascistas. Sobre esta diferente consideración vale la pena leer Koba el Temible, de Martin Amis. Son unos apuntes biográficos sobre Stalin mezclados con su experiencia en el izquierdismo setentero que veía con buenos ojos a la Unión Soviética y disculpaba, de un modo u otro, a Stalin.

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  2. Comparar a Franco con Hitler o Stalin es disparatado y demuestra unas carencias históricas importantes.
    Comparar la herencia que dejaron en sus países es tan irrisorio que sólo basta contemplar la realidad.
    Toda dictadura es detestable y abominable pero peor es la ignorancia histórica.
    Un saludo y enhorabuena por tu blog.

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