sábado, 30 de enero de 2010

El terremoto de Haití y el estrés postraumático


El terremoto de Haití ha provocado una enorme cantidad de muertos y heridos, y sin duda dejará también muchas secuelas a nivel emocional como consecuencia del trastorno de estrés postraumático (TEP) que experimentarán muchos superviventes del desastre. Sin embargo, cabe ser moderadamente optimistas en relación con este tema, ya que los desastres naturales provocan muchas menos víctimas de TEP que calamidades de intensidad similar pero causadas de forma voluntaria (exterminación, genocidios, violaciones masivas). Las consecuencias del trauma son peores cuando la víctima cree que ha habido una intencionalidad de hacerle daño.

Esa afirmación se basa en los resultados de un metanálisis llevado a cabo por unas investigadoras de la Universidad de California en San Francisco. Margaret Kemeny y Sally Dickerson revisaron 208 estudios de laboratorio realizados sobre más de 6000 sujetos que habían estado sometidos experimentalmente a diversas fuentes de estrés, desde realizar tareas en entornos muy ruidosos hasta enfrentamientos con personas amenazantes y agresivas. En todos estos estudios se valoraban las reacciones al estrés en función del aumento en las tasas de cortisol. El cortisol es una hormona liberada por las glándulas suprarrenales en situaciones en las que el individuo se enfrenta a una emergencia, por lo que tiene una función adaptativa. Sin embargo, cuando la tasa de cortisol en sangre permanece elevada durante mucho tiempo, por una situación de estrés mantenido, tiene consecuencias perjudiciales a nivel cardiovascular e inmunológico. Incluso provoca alteraciones a nivel cerebral, hiperactivando la amígdala y debilitando la capacidad de la corteza prefrontal para controlar las reacciones excesivas de la amígdala, que hacen más probables las reacciones de miedo, incluso en situaciones neutras.

Pues bien, el metanálisis de Kemeny y Dickerson encontró que cuando el estrés era causado por una fuente impersonal –por ejemplo, un ruido molesto que no podemos controlar- las tasas de cortisol elevadas en un primer momento volvían rápidamente a sus niveles normales una vez suprimida la fuente de malestar. Sin embargo, en aquellas situaciones en las que el estrés había sido originado por una persona, por ejemplo una evaluación negativa o despectiva realizada por un observador, la tasa de cortisol era más elevada y tardaba más tiempo en volver al nivel inicial. Es decir, la respuesta de nuestro organismo ante el estrés es mucho más elevada en situaciones sociales en las que consideramos que nuestro malestar se debe a la maldad de otra persona. Ello podría explicar por qué situaciones que nos hacen daño nos provocan un sufrimiento más intenso y duradero, y con mayores consecuencias a largo plazo sobre nuestra salud, cuando pensamos que han sido causadas de forma deliberada por otra persona que cuando se trata del resultado de un desastre natural.
Alfredo Oliva

lunes, 18 de enero de 2010

Maduros para abortar e inmaduros para ir a la cárcel: Una falsa paradoja



En nuestro país, la ley 41/2002 que regula la autonomía del paciente, ofrece a los adolescentes la posibilidad de tomar decisiones referentes a tratamientos médicos sin la autorización de sus padres. Entre estos tratamientos médicos se incluye la posibilidad de abortar. A priori podría parecer una insensatez, ya que la representación social de la adolescencia incluye entre los tópicos más aceptados el de su supuesta inmadurez cognitiva. Y digo supuesta porque la evidencia empírica disponible sobre este asunto es bastante clara: a partir de los 15 años las competencias cognitivas de chicos y chicas son similares a las de los adultos. Este hallazgo no es nuevo, ya en 1989 la Asociación Americana de Psicología había afirmado:

“En torno a los 14 años la mayoría de adolescentes han desarrollado capacidades intelectuales similares a las de los adultos, incluyendo aquellas habilidades específicas que la ley reconoce como necesarias para comprender las alternativas a un tratamiento, considerando sus posibles riesgos y beneficios, y dar un consentimiento legalmente competente” . (APA, 1989, p. 20)

Sin embargo, en otro ámbito, la Ley de Responsabilidad Penal del Menor aplica sanciones diferentes a las de los adultos a esos mismos adolescentes menores de edad. La razón principal de este tratamiento diferencial se basa en la atribución de una culpabilidad o responsabilidad atenuada en función de una relativa inmadurez. En relación con este asunto también se había pronunciado la Asociación Americana de Psicología:

“Dado que los adolescentes de 16-17 años tienen menores niveles de madurez evolutiva que los adultos, imponer sanciones capitales a estos adolescentes no serviría a los propósitos judicialmente reconocidos de la sanción”. (APA, 2004, p. 13)

A raíz de las dos afirmaciones anteriores la polémica está servida, y con mucha razón se podría argumentar que los psicólogos no tenemos criterios claros acerca de la madurez cognitiva de los adolescentes. Sin embargo, la contradicción entre la consideración de que los adolescentes son maduros para poder tomar decisiones con respecto a una interrupción voluntaria de su embarazo pero inmaduros para asumir una plena responsabilidad penal es sólo aparente. Podría hablarse de paradoja si las competencias cognitivas necesarias para tomar decisiones sanitarias y para la conducta criminal fueran las mismas. Sin embargo, los datos disponibles parecen indicar lo contrario.

Aunque no siempre ocurra así, en términos generales se puede decir que la mayoría de adolescentes que contemplan la decisión de abortar lo hacen tras consultar con algún adulto (al menos con el personal sanitario), hablar de ello con otros compañeros, contemplar otras alternativas, etc. Es decir se tratará de una decisión que, sin estar libre de componentes emocionales, suele ser meditada.

En cambio, no puede decirse lo mismo del comportamiento antisocial ya que los actos criminales, salvo excepciones, suelen tener lugar de forma impulsiva, no planificada, en compañía de los iguales, y sin la presencia de adultos. Así, aunque algunas de las capacidades relevantes para la toma de decisiones en ambos contextos pueden ser similares, las circunstancias que definen la conducta madura en cada uno son claramente diferentes, ya que resistir a la influencia de los iguales, pensar antes de tomar una decisión o considerar las consecuencias futuras de una acción son determinantes más claros en el caso del comportamiento criminal. Y esas competencias no están desarrolladas por completo a los 16 años, muy al contrario y como bien ha mostrado la investigación, presentan claras limitaciones,.

Por lo tanto, podríamos decir que mientras que las capacidades que podrían englobarse en lo que se denomina “cold cognition” –necesarias para tomar decisiones en el ámbito sanitario- muestran un nivel similar en adolescentes y adultos, las competencias que configuran la “hot cognition” –más importantes para prevenir conductas criminales y de riesgo- distan mucho de haber madurado antes de los 18 años. Es decir, mientras que los estudios que analizan las habilidades de razonamiento lógico y procesamiento de información en situaciones estructuradas encuentran pocas ganancias a partir de los 15-16 años, otras competencias psicosociales, como la búsqueda de sensaciones, la orientación al futuro, la impulsividad o la susceptibilidad a la presión del grupo, continúan desarrollándose hasta la adultez temprana.


Steinberg, L., Cauffman, E., Woolard, J., Graham, S., & Banich, M. (2009). Are adolescents less mature than adults? Minors’ access to abortion, the juvenile death penalty, and the alleged APA “flip-flop.” American Psychologist, 64, 583–594.
Alfredo Oliva

miércoles, 13 de enero de 2010

Monitorización parental y consumo de cánnabis


La monitorización parental se refiere fundamentalmente al conocimiento que los padres tienen sobre las actividades, los amigos, y los lugares que frecuentan sus hijos en su tiempo libre. Es una dimensión fundamental del estilo parental por su importancia para prevenir los problemas comportamentales, sobre todo durante la adolescencia. Si existían algunas dudas acerca de su eficacia preventiva, un reciente meta-análisis que ha sido publicado en “Perspectives on Psychological Sciences” confirma el vínculo entre la monitorización parental y el consumo de cánnabis en adolescentes. El meta-análisis se llevó a cabo sobre 25 muestras independientes procedentes de 17 estudios empíricos, que recogían información de 35.367 participantes.

Los resultados fueron concluyentes, ya que indicaron que la relación entre la información que los padres tenían sobre aspectos de la vida de sus hijos (amistades, actividades) y el consumo de marihuana alcanzó un tamaño del efecto de -.21, lo que apoya la eficacia de la monitorización parental para prevenir el consumo de esta sustancia. Aunque resulta razonable pensar que los estudios que encuentran relación significativa entre estas variables tienen más probabilidad de publicarse que los que no hallan relación (file-drawer effect), los autores especifican que hubieran sido necesarios 7.358 estudios en los que se encontrase un tamaño del efecto nulo para poder compensar a los estudios que sí encontraron una relación significativa.

El meta-análisis también aportó algunos datos interesantes, como que el tamaño del efecto referente a la asociación entre monitorización y consumo fue mayor en chicas que en chicos; o cuando los estudios eran transversales, ya que en los longitudinales, la magnitud del efecto bajó a -.10. Este decremento no debe sorprendernos, ya que cabe pensar que la asociación entre conocimiento parental y consumo de marihuana puede deberse, al menos en parte, a que los consumidores serán menos proclives a informar a sus padres sobre quiénes son sus amigos, o qué hacen en su tiempo libre, pues anticiparán que muchas de sus actividades no serán del agrado de sus padres. En los estudios transversales sólo es posible confirmar la asociación no el sentido de la influencia, mientras que en los longitudinales sí es posible controlar si el conocimiento influye sobre la reducción del consumo, o si es el bajo consumo en que lleva a los adolescentes a informar más a sus padres, pues tienen menos que ocultar.

Por lo tanto, los resultados de este meta-análisis sugieren que una estrategia eficaz para reducir el consumo de estas sustancias es que los padres muestren interés por estar informados sobre las actividades y amistades de sus hijos, y, como apuntaron Stattin y Kerr (2000), la mejor fórmula para estar informados es la revelación, es decir, cuando los hijos informan a sus padres por propia iniciativa. Ello será más probable en un clima de confianza interparental, lo que nos lleva de nuevo a destacar la importancia de la comunicación y el afecto en las relacines entre padres e hijos adolescentes, no sólo para fomentar su ajuste emocional y su autoestima, sino también para evitar el consumo de sustancias.


Lac, A. & Crano, W. D. (2009). Monotoring matters. Meta-analytic review reveals the reliable linkage of parental monitoring with adolescent marijuana use. Perspectives on Psychological Science, 4 (6), 578-585.
Alfredo Oliva