lunes, 27 de abril de 2009

Sobre la Ley de Responsabilidad Penal del Menor


Esta tarde al salir de un centro comercial una señora de mediana edad, con aspecto de tener mucho tiempo para dedicárselo a sí misma, me abordó con una amplia sonrisa de dientes blanquísimos para solicitar mi firma en contra de la Ley de Responsabilidad Penal del Menor. Cuando le comenté que no pensaba firmar en contra de lo que me parecía buena ley, cambió su sonrisa por una mirada de incredulidad, para ir apartándose después con algo de temor, como si tuviese delante de sí al mismísimo Jack el Destripador.

Supongo que hasta el momento de encontrarse conmigo habría recogido un buen montón de firmas, lo que explicaría su estupor ante mi negativa. La verdad es que no me extraña. Vivimos en un mundo muy globalizado y en el que los medios de comunicación tienen tanta presencia que un hecho ocurrido en cualquier lugar del primer mundo –lo que suceda ocurra en el tercero es otra cosa- nos llega como si hubiese acontecido en nuestro mismo vecindario, y nos genera la misma sensación de inseguridad. Los medios de comunicación tienen un efecto multiplicador que amplifican la percepción del riesgo real que corremos, de forma que vivimos permanentemente instalados en un estado de miedo. Miedo a la delincuencia juvenil, a la violencia sexual, a los inmigrantes, a las drogas, a la fiebre porcina, a las bandas albano-kosovares…Y cuando el miedo se instala en nuestros mecanismos cerebrales, termina por alterar la objetividad de nuestros juicios, condiciona nuestras relaciones con quienes nos rodean e influye en las políticas que apoyamos.

Creo que por eso, una ley progresista y que conlleva una serie de medidas reeducativas o rehabilitadoras, como la Ley de Responsabilidad Penal del Menor, ha llegado a generar tanto rechazo en una sociedad que no es excesivamente conservadora, ¿o tal vez sí? Es evidente que esta ley puede ser mejorada, sobre todo en lo que se refiere a su implementación: más recursos, personal mejor formado en los centros de internamiento, atención a los menores de 15 años no imputables y a sus familias, endurecimiento en el caso de delitos muy violentos, etc. Sin embargo, mejorar la ley no significa que deba ser retirada. Se me ocurren algunas razones a favor de su mantenimiento.

  1. Muchos adolescentes presentan déficits en el autocontrol de sus impulsos agresivos y falta empatía, lo que está relacionado con una sobreactivación de la amígdala y un escaso desarrollo órbito-frontal. Estos mecanismos cerebrales están en pleno proceso de maduración durante la adolescencia y muestran una gran plasticidad, por lo que la reclusión en centros reeducativos ofrece una magnífica oportunidad para el desarrollo de estos mecanismos relacionados con el autocontrol. En cambio, en un contexto hostil, como es la cárcel, es más que probable que la amígdala, y el sistema de ataque-huida, se mantengan en una situación de hipervigilancia poco propicia para el desarrollo de los circuitos de autorregulación. Es decir, no sólo desaprovecharemos la ocasión para influir en la maduración prefrontal, sino que contribuiremos a fortalecer la propensión a la criminalidad.
  2. Aunque factores genéticos y temperamentales desempeñan un papel importante en la criminalidad, hay una importante evidencia empírica que destaca la influencia de factores familiares, entre los que destacan la negligencia parental y los malos tratos físicos. Es decir, muchos de estos jóvenes delincuentes han tenido contacto con el sistema policial y judicial de la Administración, sin que antes los servicios de protección a la infancia hayan intervenido para impedir esos malos tratos, que a la postre han generado en el menor un comportamiento agresivo y delictivo. O sea, no les hemos protegido cuando debíamos hacerlo y ahora nos protegemos de ellos. ¡Muy bonito!, como diría mi abuela.
  3. Aunque no sea el argumento principal, también merece la pena hablar de motivos económicos, ya que aunque a corto plazo la rehabilitación en centros de internamiento bien dotados sea cara, a largo plazo supondría un ahorro para el Estado, ya que la cárcel implica una alta tasa de reincidencia. Ello conlleva un mayor gasto, tanto por el daño derivado de los sucesivos delitos como por el coste que supone el internamiento durante muchos años en periodos intermitentes.
  4. Tendemos a dividir la sociedad en víctimas y verdugos, en lobos y corderos, y naturalmente ni nosotros ni nuestros hijos estamos en el lado oscuro. Pero, como indican muchos estudios, los delitos menores cometidos por adolescentes son relativamente frecuentes, y nada nos debería llevar a pensar que nuestros hijos están exentos de entrar en contacto con el sistema judicial. En ese caso, ¿querríamos para nuestros hijos una ley severa y represiva o una ley rehabilitadora?

    Una última pregunta para concluir esta entrada, que ya va siendo más larga de lo habitual: ¿tienen tasas más bajas de criminalidad países que como Estados Unidos aplican a los menores penas similares a las de los adultos?

miércoles, 22 de abril de 2009

Influencias genéticas sobre el apego desorganizado o no resuelto


Aunque existe una abundante evidencia empírica que indica que el tipo de apego (seguro, ambivalente, evitativo o desorganizado) se construye en las interacciones que tienen lugar en la primera infancia entre el bebé y sus cuidadores, cada vez son más los datos que apuntan a la influencia de factores genéticos. Esta influencia no resulta sorprendente, ya que los genes están relacionados con el temperamento y el comportamiento del menor, lo que a su vez puede condicionar el trato por parte de sus cuidadores, es decir, lo que en genética de la conducta se denominan correlaciones reactivas entre genes y ambiente.

En una entrada anterior ya hicimos referencia a la asociación que algunos genes como el DRD2 y el HTRA mostraban con el tipo de apego adulto (ver aquí). Ahora, un estudio que acaba de publicar Developmental Psychology (aquí), viene a aportar más datos sobre esta influencia genética, en este caso sobre el apego inseguro desorganizado, o no resuelto (unresolved), que es como se denomina a este tipo de apego en sujetos adultos. Este estilo de apego, claramente desadaptativo, suele tener como antecedentes una situación prolongada de malos tratos, y los sujetos que muestran este estilo presentan desorientación y confusión en los procesos de razonamiento a la hora de interpretar distintas experiencias de pérdidas y traumas infantiles. El hecho de que algunos estudios hubiesen encontrado muy poca coincidencia entre hermanos en este modelo de apego sugería que el medio familiar compartido (shared environment) no parecía ser determinante del mismo, y apuntaba a la posibilidad de que la variabilidad genética fuese una fuente potencial de influencia del apego desorganizado.

El estudio que comentamos se llevó a cabo sobre una muestra de 86 sujetos adultos que habían sido adoptados durante su primer año de vida, y que fueron entrevistados mediante el Adult Attachment Inventory (Inventario de Apego Adulto) y sometidos a análisis de ADN. El gen analizado en esta ocasión fue el transportador de la serotonina (5-HTTLPR), que es un neurotransmisor implicado en la regulación emocional, por su relación con la reactividad de la amígdala.

Los resultados indicaron que una variación alélicas de dicho gen aumentaba de forma significativa la probabilidad de presentar un modelo de apego no resuelto. El hecho de que no se hallaran relaciones significativas entre las variaciones de dicho gen y algunas características temperamentales y psicológicas induce a pensar que tal vez no fueran los rasgos temperamentales del sujeto los que influyesen sobre el estilo de crianza parental, lo que a su vez llevaría a la desorganización del apego. Es decir, el papel mediador del temperamento en la relación entre genes y apego, no quedó demostrado. Ello lleva a los autores a preguntarse acerca de los mecanismos que subyacen en la relación entre la variante alélica corta del 5-HTTLPR y el apego no resuelto.

Una posibilidad es que los circuitos implicados en la regulación emocional, en cuyo desarrollo dicho gen desempeña un importante papel, se encuentren deteriorados. Estos circuitos, que integran a la amígdala y zonas medial y ventral de la corteza prefrontal, regulan la apreciación emocional de algunas experiencias o recuerdos de la infancia, lo que puede hacer que estos sujetos muestren una elevada intensidad afectiva en las conversaciones acerca de ciertas experiencias infantiles de pérdidas y rechazos que son propias del Adult Attachment Inventory. Ello hará más probable que estos individuos sean clasificados como “no resueltos”.

Por lo tanto, parece que más que las experiencias vividas en la infancia, es la defectuosa elaboración emocional posterior de dichas experiencias lo que hace que presenten un modelo de apego inseguro no resuelto.En fin, un estudio bastante interesante, no tanto porque demuestre las influencias genéticas sobre este tipo de apego, sino porque sugiere un interesante mecanismo neuropsicológico como el responsable de dicho déficit socio-emocional.

domingo, 19 de abril de 2009

Cuando la pareja se rompe: afrontando la separación


Cada vez es más frecuente que en algunas familias las desavenencias conyugales terminen en divorcio. Y más allá de sus propias emociones y dificultades, a muchas madres y padres les preocupan mucho los efectos y consecuencias que la separación puede acarrear sobre sus hijas e hijos. No todos los chicos y chicas viven la experiencia del divorcio de sus progenitores de la misma forma, porque dependerá de sus propias características personales y de otros aspectos como los recursos económicos, los amistades que tengan, etc. En este sentido, la edad de las hijas e hijos es crucial para que la adaptación a la nueva situación sea más o menos rápida. Son las niñas y los niños en edad preescolar los que sufren más alteraciones a corto plazo. Probablemente porque les cuesta más trabajo entender que su madre y su padre siguen siendo sus padres aunque no sigan juntos. Además, comprenden peor lo que ha provocado la ruptura y tienden a culparse a sí mismos.

Los chicos y chicas adolescentes suelen adaptarse más fácilmente a la nueva situación, ya que son más capaces de entender los motivos de la separación y la situación emocional por la que atraviesan sus progenitores. No obstante, cuando la separación se produce durante la adolescencia temprana (11-13 años), coincidiendo con los cambios físicos y sociales propios de esta etapa, puede generar mucho estrés en el chico o la chica adolescente, y los padres deberán mostrar especial cuidado para evitar los consecuencias negativas para el menor derivadas de una separación mal llevada. Para facilitar al adolescente esta transición los padres pueden seguir algunas indicaciones muy sencillas:

· Informar juntos a las hijas e hijos de la separación, ofreciéndoles una explicación acorde con su edad de los motivos que han llevado a la pareja a tomar tal decisión.

· Tener previstos todos los cambios que se van a producir en la vida de los hijas e hijos, comunicándoselos desde el primer momento. La separación de la pareja debería alterar lo menos posible su experiencia escolar y sus relaciones sociales.

· No forzar a las hijas e hijos para que tomen partido por el padre o la madre, mostrando una actitud de respeto mutuo y evitando transmitirles una visión negativa del otro.

· Nunca culpabilizar a hijas e hijos de la decisión, ni permitir que ellos mismos se culpabilicen. Explicarles que la separación tiene que ver con la relación de pareja, no con la relación con las hijas y los hijos.

· Es muy importante que, a pesar de la separación, hijos e hijas sigan manteniéndo el contacto con el padre y la madre, independientemente de quien se quede con la custodia legal.

Si además de la separación tiene lugar la formación de una nueva familia, como consecuencia de un nuevo emparejamiento de alguno de los padres, la situación puede ser algo más complicada, aunque ese asunto lo trataremos en otra entrada.

martes, 14 de abril de 2009

Apego a Dios



Seguro que cuando John Bolwby formuló su teoría del apego no pensaba que ésta iba a tener tanta trascendencia. Su modelo ha sido fundamental para entender cómo las relaciones que se establecen entre el bebé y su madre o padre son un elemento clave para entender el desarrollo social a lo largo del ciclo vital. Como ya he tenido ocasión de comentar en entradas anteriores (ver aquí ), cuando estas relaciones se caracterizan por la sensibilidad, el afecto y la disponibilidad, el niño crea un modelo de esta relación caracterizado por la seguridad y confianza en sí mismo y en los demás sobre el que se construirán sus relaciones sociales posteriores. Así, hay una importante evidencia empírica que indica que cuando el modelo de apego construido en la infancia es seguro, las relaciones con los amigos, primero, y con la pareja, más adelante, estarán marcadas por la seguridad y la confianza. En cambio, en aquellos casos en los que las relaciones tempranas con el cuidador/a llevó a la inseguridad en el modelo de apego, por su rechazo o indisponibilidad, estas relaciones posteriores serán emocionalmente frías o estarán caracterizadas por la ansiedad y los celos.

Pero parece que la cosa no se queda ahí, ya que algunos estudios recientes han apuntado la posibilidad de que ese modelo de apego forjado en la temprana infancia también puede generalizarse a las relaciones con Dios. Tal vez el lector agnóstico se esté preguntando cómo es posible que se traslade ese modelo a una relación con algo que sólo existe en la mente del sujeto creyente. Pues de eso se trata, de que es una figura ficticia que existe para la persona religiosa y que posee algunas de las características de las figuras de apego: proporciona seguridad, busca la proximidad con ella, experimenta ansiedad cuando no la siente cercana, es decir, es como si fuera una madre o un padre atento y protector. De hecho la tradición judeo-cristiana ha caracterizado a Dios como una figura materna, o más bien paterna, cariñosa y protectora, aunque también puede llegar a mostrarse severa.

Algunos autores, como Kikpatrick, encontraron que la relación con Dios podía servir como una especie de compensación para unas relaciones afectivas pobres. Es decir, aquellos sujetos que habían construido un modelo de apego inseguro, y que por ello tendrían dificultades para establecer relaciones íntimas de tipo seguro, se refugiarían en la relación con Dios, en una especie de compensación de esa carencia.

Sin embargo, un estudio más reciente (Beck y McDonald, 2004) cuestionó esa hipótesis de la compensación, ya que halló que había una cierta continuidad entre el tipo de apego hacia la pareja y el apego hacia Dios. Ambos tipos de apego fueron evaluados mediante sendos cuestionarios que incluían dos dimensiones: ansiedad y evitación en estas relaciones. Es decir, los resultados indicaron que aquellos sujetos adultos que mostraban más ansiedad y preocupación en sus relaciones románticas también tendían a mostrarse ansiosos en sus relaciones con Dios. En el caso de la evitación, la relación no fue tan clara. Supongo que no hará falta aclarar que el estudio se llevó a cabo con sujetos adultos creyentes (cristianos para ser más precisos), ya que no cabe pensar que una persona no creyente establezca una relación de apego con una figura sobrenatural en la que no cree.

La evidencia sobre este asunto aún es limitada, y el estudio mencionado deja abierta muchas interrogantes, pero puede servir para entender cómo las relaciones que establecen los creyentes con su Dios imaginario pueden ser una fuente de apoyo, seguridad e incluso salud. Aunque eso en el caso de que el modelo de apego sea seguro, ya que si la inseguridad domina esta relación sobrenatural, es muy probable que no se trate de una relación saludable, y no aporte nada positivo al esforzado creyente, sino sea más bien una fuente adicional de frustración.


Beck, R., & McDonald, A. (2004). Attachment to God: The Attachment to God Inventory, tests of working mmodel correspondence, and an exploration of faith group differences. Journal of Psychology and Theology,32, 92-103.

McDonald et al. (2005). Attachment to God and Parents: Testing the Correspondence vs. Compensation Hypotheses. Journal of Psychology and Christianity, 24, 1, 21-28.

martes, 7 de abril de 2009

Cuando el ambientalismo es conservador

En algunas entradas anteriores me he referido a cómo tradicionalmente la izquierda y la derecha políticas han asumido planteamientos ambientalistas e innatistas, respectivamente, a la hora de explicar la naturaleza humana. La izquierda porque el objetivo último de cambiar al hombre requería admitir su total moldeabilidad y el poder transformador del ambiente, y la derecha porque encontrar causas genéticas en las diferencias individuales le servía para justificar la posición privilegiada de las clases altas por sus capacidades innatas.
Sin embargo, en bastantes ocasiones los argumentos pueden cambiar de bando, y ser utilizados para defender posiciones ideológicas contrarias a las que en principio podrían vincularse. Un ejemplo podría ser el caso el de las teorías psicológicas de Antonio Vallejo Nájera, psiquiatra español muy relacionado con la derecha franquista, que consideraba que los “rojos” eran individuos mentalmente inferiores y peligrosos que debían ser segregados. Vallejo Nájera alertaba sobre el mal que podía hacer el ambiente democrático a los niños, e insistía en combatir la degeneración de los pequeños criados en ambientes republicanos, segregándolos en centros adecuados en los que se eliminaran los factores ambientales que conducen a la degeneración del biotipo. Entre las medidas regenerativas propuestas por el psiquiatra destacaba el reestablecimiento de la Inquisición: “Promovemos la creación de un Cuerpo de Inquisidores, centinela de la pureza de los valores científicos, filosóficos y culturales del acerbo popular, que detenga la difusión de las ideas extranjeras corruptoras de los valores universales españoles”

Las ideas ambientalistas de Vallejo Nájera fueron una excelente excusa para apartar a bebés y recién nacidos de sus madres republicanas encarceladas y entregarlos a "familias bien" de derechas, ya que de esa manera podría evitarse que la “enfermedad mental” del marxismo se propagase de madres a hijos. Estos planteamientos encontraron el aplauso del Estado Franquista, y sirvieron para tranquilizar las conciencias de torturadores, carceleros y de muchos de los que se beneficiaron de la situación surgida tras el final de la Guerra Civil. Lo decía la ciencia: el adversario era un sujeto con características psicológicas inferiores y perversas, un infrahombre sin base ética, y había que “salvar” a sus hijos de esa perversión que se transmitía a través de la educación parental.

Vinyes, Armengou y Bellis, en "Los niños perdidos del Franquismo" han recogido bien las ideas de Vallejo Nájera. También lo ha hecho Benjamín Prado en su novela "Mala gente que camina".

















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Un ejemplo más reciente de esta utilización de tesis ambientalistas por parte de la derecha ideológica lo encontramos en la etiología de la homosexualidad, sobre la que se han aportado un amplio ramillete de causalidades, que van desde las hormonas, hasta el trato materno en la infancia, pasando por las diferencias en estructuras cerebrales. En este caso, admitir la causalidad genética podría suponer descargar al sujeto de la responsabilidad sobre su comportamiento, mientras que pensar en factores ambientales situaría la homosexualidad más cerca de la perversión. Sirva como botón de muestra la conferencia que hace unos días impartió Gloria María Tomás, profesora de Bioética de la Universidad Católica de Murcia. En ella hace una serie de afirmaciones que no tienen desperdicio, como que la homosexualidad se origina por la masturbación (Claro, como uno se inicia en el tema con su mismo sexo….), ¡y que se puede curar!
En este video tienes lo más polémico de su charla. Y no se trata de una broma. Tampoco parece que la profesora hubiese bebido en exceso.



jueves, 2 de abril de 2009

La rehabilitación de los delincuentes sexuales no es una quimera


Leo en la prensa de hoy (ver aquí) la noticia que recoge los resultados de un estudio llevado a cabo por el Centro de Estudios Jurídicos de la Generalitat sobre la tasa de reincidencia de los reclusos encarcelados por delitos sexuales y excarcelados entre 1998 y 2003. El dato que me resulta más llamativo es el porcentaje de presos que vuelve a delinquir por ese motivo: un 5.8%, aunque hay otro 12,7% que comete otro tipo de delitos. Resulta curioso que este 5,8% de reincidencia en delitos sexuales, o del 18,5% si consideramos también los restantes delitos cometidos por delincuentes sexuales excarcelados, es claramente inferior a la tasa de reincidencia del resto de delincuentes, que se sitúa en el 37,4%. No sé que pensaréis vosotros, pero a mí la cifra me ha parecido muy baja, ya que existe la idea más o menos generalizada de que el delincuente sexual es poco menos que irrecuperable.

Podríamos pensar que esa idea tan extendida entre la opinión pública se basa en estudios semejantes al que hoy ha visto la luz, pero la cosa no está tan clara, y se trata más bien de una representación social que damos por válida sin que exista un evidencia empírica abrumadora al respecto. Algunos casos especialmente llamativos de presos excarcelados que han vuelto a las andadas, como el segundo violador del Eixample, contribuyen a asentar esta idea de irrecuperabilidad, y los medios de comunicación suelen dar una amplia cobertura a estos casos, mientras que algunos creadores de opinión no hacen otra cosa que meternos el miedo en el cuerpo. Y ya se sabe que cuando tenemos miedo miramos a la derecha y defendemos políticas más conservadoras, en la búsqueda de una supuesta seguridad.

El asunto no pasaría de ser anecdótico, si no existiese una fuerte corriente de opinión a favor del endurecimiento de las penas para este tipo de delincuentes: castración química o cadena perpetua son solicitadas con frecuencia para estos pervertidos. Sin embargo, el estudio citado aporta también algunos datos interesantes, como la importancia del tratamiento para la rehabilitación, ya que la reincidencia de quienes siguen algún tipo de terapia está muy por debajo de quienes no recibieron ninguna (14.3% frente a 46,5%). Esta diferencia resulta muy esperanzadora y pone de manifiesto que la rehabilitación de estos delincuentes es posible, aunque algunos supuestos expertos afirmen lo contrario.

Es cierto, que el estudio tiene sus limitaciones, y es posible que muchos de los presos excarcelados hayan cometido delitos sin que hayan vuelto a entrar en contacto con la justicia, o que el periodo de seguimiento no sea demasiado amplio –desde su liberación hasta finales de 2007- y muchos de ellos podrán delinquir en el futuro, no obstante estos resultados deben hacernos reflexionar acerca de la ligereza con la que con frecuencia se solicita el endurecimiento de las penas vigentes en la actualidad.