jueves, 26 de febrero de 2009

Cuando controlamos demasiado a nuestros hijos


Quienes trabajamos en socialización familiar utilizamos el término de control parental para referirnos a una de las dimensiones claves del estilo parental, que no es otra cosa que la etiqueta que empleamos para referirnos al tipo de relación y a las prácticas educativas empleadas por madres y padres. Este control, tendría que ver con las estrategias que usan para estar al corriente de las actividades y amistades de sus hijos, para poner límites a su comportamiento, o para exigirles madurez y responsabilidad. Esta dimensión del estilo parental se ha mostrado particularmente eficaz para prevenir los problemas de conducta, sobre todo durante la infancia y los primeros años de la adolescencia. Y es especialmente eficaz cuando se ejerce de forma democrática y se combina con el apoyo y el afecto.

Sin embargo, y como suele ocurrir cuando nos movemos en el escurridizo terreno de la educación y socialización, el exceso suele ser tan malo como la carencia, y algunos padres y madres llevan hasta tal extremo este control sobre sus hijos que se convierte en un freno para su desarrollo saludable. Así, también podremos encontrarnos con la etiqueta de control parental aplicada a la presión que los padres ponen sobre sus hijos para que piensen, sientan y, sobre todo, actúen de una determinada manera.

Aunque el sentido común nos hace pensar que tanto control e intromisión no deben ser nada buenos para niños y niñas, los datos disponibles hasta la fecha no eran demasiado abundantes. Sin embargo, un estudio publicado por The Journal of Child Pyschology and Psychiatry aporta una contundente evidencia empírica sobre los efectos perniciosos de tanto control. Un meta-análisis llevado a cabo sobre un total de 23 estudios que habían utilizado técnicas de observación de la interacción madre/padre e hijo/a para evaluar esta presión parental ha encontrado una significativa e importante asociación (d= .58) entre el control y la ansiedad, tanto en el niño como en sus padres. Esta asociación puede interpretarse como una influencia del control parental sobre la ansiedad infantil que puede seguir diversas vías. Por ejemplo, padres que están continuamente asustando a sus hijos sobre los riesgos de ciertas actividades “no te montes en bicicleta que te puedes caer y hacer daño”, y que aumentan de forma exagerada la percepción de amenazas del menor y disminuyen su confianza en sí mismos para controlar esas situaciones “de riesgo”. Además, estos padres controladores y sobreprotectores están reduciendo las oportunidades para que el niño o la niña explore su contexto y desarrolle nuevas habilidades para hacer frente a los retos o amenazas que tarde o temprano se cruzarán en su camino.

No obstante, estamos hablando de asociación o correlación, por lo que el sentido de la influencia puede ser el contrario: la ansiedad de los hijos aumentaría el control ejercido por sus padres. Es decir, los padres, conocedores de la ansiedad y exceso de miedo de sus hijos tratarían de sobreprotegerles para evitarles situaciones dolorosas.

El estudio también encuentra una relación entre el control y la ansiedad parental. Es decir, padres con una ansiedad muy elevada que procuran que sus hijos no se impliquen en actividades que, sin serlo, ellos perciben como amenazantes. Este sería el mecanismo que explicaría cómo la ansiedad y el miedo a determinadas situaciones se transmitiría de padres a hijos, lo que no excluye la posibilidad de cierta influencia genética.

En definitiva, un interesante estudio que aporta evidencia empírica sobre algo que ya sospechábamos: que tenemos que dejar que nuestros hijos crezcan sin excesiva intromisión y control por nuestra parte. Aunque, seguro que muchos padres se estarán preguntado cuánto control es excesivo.

Van der Bruggen, C. O.,Stams, G. J. & Bögels, S. M. (2008). Research Review: The relation between child and parent anxiety and parental control: A meta-analytic Review. Journal of Child Psychology and Psychiatry, 49:12, 1257-1269.

martes, 24 de febrero de 2009

El paro en educación y la vergüenza sindical


Siempre sentí un claro orgullo del pasado sindicalista de mi padre. Está claro que eran otros tiempos, y que ser delegado sindical del metal en CCOO durante los últimos años del franquismo y la transición no resultaba tan cómodo como serlo ahora. Eran años complicados, en los que la sindicación suponía un compromiso real que acarreaba incomodidades y riesgos. El esfuerzo de muchos trabajadores como mi padre llevó a que los sindicatos fuesen organizaciones valoradas y respetadas por la ciudadanía; sin embargo, creo que el crédito acumulado durante décadas se está acabando.

Y escribo esto porque no acabo de entender el paro que esta misma mañana han llevado a cabo algunos profesionales de la educación no universitaria de la Comunidad Autónoma Andaluza. Aunque en el paquete de reclamaciones se incluyen varias muy loables, a nadie se escapa que la protesta se dirige contra el decreto que regula el calendario escolar y que propone el adelanto en una semana del periodo lectivo en Primaria, Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanzas de régimen especial. Algunos de los sindicatos convocantes lo explicitan muy claramente, y señalan que el adelanto del periodo lectivo –ese es el problema- lo único que logrará será impedir una adecuada preparación del desarrollo del curso, por lo que irá en detrimento de la calidad de la enseñanza.

Pues no consigo salir de mi asombro: el país en plena crisis con pérdidas de puestos de trabajo que afectan a muchas familias que atraviesan situaciones desesperadas, y los sindicatos protestando porque sus afiliados no quieren comenzar las clases una semana antes. Lo dicho, el crédito se ha acabado, y la cuenta de los sindicatos pronto estará en números rojos.

sábado, 21 de febrero de 2009

¿Cómo elegimos pareja?



Feingold (1992) propuso hace ya bastantes años una interesante teoría acerca de la elección de pareja que ha resistido bien el paso del tiempo. Según este psicólogo, cualquier pareja potencial debe pasar una serie de filtros antes de convertirse en nuestra pareja definitiva (aunque hablar de definitivo es sin duda una forma de hablar). Como no podría ser de otra manera, el primero de estos filtros es la proximidad: si nuestra media naranja reside en Laponia, es bastante improbable que tengamos la oportunidad de conocernos e intimar, aunque hay que reconocer que Internet está empezando a derribar la barrera de la distancia física.

El segundo filtro es ese que muchos de vosotros estáis pensando: el atractivo. Es indudable que si encontramos atractiva a una persona tendrá más posibilidades de que nos acerquemos o interesemos por ella, y que de ese conocimiento surja algo de más calado. Hemos hablado de atractivo, y no de atractivo físico, aunque hay que reconocer que este último tiene un gran peso, ya que la apariencia física es mucho más evidente que la belleza interior, que requiere de más tiempo para que pueda ser detectada, y no todos están dispuestos a dar esa oportunidad a quienes son menos agraciados, que parten con una clara desventaja en el juego del emparejamiento. No obstante, también hay que reconocer que las tornas cambian con el paso del tiempo. El responsable de ese cambio es el efecto de halo, que hace que atribuyamos toda una serie de características positivas a aquellas personas más guapas, y tendamos a pensar que serán también más inteligentes, más amables, más simpáticas y divertidas, etc.-Claro, esto de que el malo de la película sea siempre tan feo y el bueno tan guapo, tenía que tener consecuencias-. Pero, como no ocurre así, pues belleza e inteligencia no siempre van de la mano, esas personas tan atractivas suelen decepcionar cuando se las conoce mejor, pues las expectativas eran demasiado altas. En cambio, los menos atractivos recorren el camino contrario, y en las distancias largas tienen un mejor desempeño, cuando se descubre que no son tan torpes o malvados como podíamos haber imaginado por su aspecto. también hay que reconcoer que, a pesar de la importancia del atractivo físico, no tendemos a elegir como parejas a personas que consideramos muy atractivas. Más bien, buscamos parejas a las que atribuimos un atractivo parecido al nuestro, probablemente para evitar la posibilidad de rechazo, o el estrés derivado de una relación muy desequilibrada.
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El tercer filtro es la similitud, ya que tendemos a buscar pareja entre quienes se asemejan a nosotros en religión, ideología, nivel educativo, profesión y clase social. La semejanza de ideas es un factor muy relevante para la armonía marital, y factores tales como la similitud de profesiones o de nivel educativo son unos de los predictores más claros de igualdad de ideas. En general, aquellas parejas más semejantes muestran un mayor nivel de satisfacción, mientras que cuando hay importantes diferencias aumentan las probabilidades de divorcio.

No basta percibir al otro como atractivo y con características deseables, además el sujeto debe percibir signos de que esa atracción es recíproca. Que alguien nos guste mucho no implica necesariamente que vayamos a caer en el enamoramiento. El factor que contribuye decisivamente a encender la llama es la sospecha de que existe reciprocidad en la atracción. En aquellos casos en los que no se percibe reciprocidad evitaremos tirarnos a la piscina sin saber si tiene agua, y es posible que de forma no siempre consciente, controlemos y anulemos el deseo para evitar la probabilidad del rechazo. Es curioso que cuando se observa reciprocidad suele aumentar el deseo hacia el otro y el enamoramiento se precipita.

El último filtro es la complementariedad. Cuando una pareja potencial posee características que resultan atractivas, hay cierta sintonía ideológica y la atracción es recíproca, debe también poseer algunas características o recursos que no tenemos, y que puedan complementar los nuestros. Parecidos pero no iguales, pues sería bastante aburrido ¿o no?

jueves, 19 de febrero de 2009

Placeres y dolores del cuerpo y del alma


Que el ser humano es una animal social no es nada nuevo. Cientos de filósofos han filosofado al respecto, y parece que no les faltaba razón, a juzgar por los resultados de un estudio reciente que acaba de ser publicado en Science. Como no podía ser de otro modo se trata de un estudio que ha empleado técnicas de neuroimagen, y lo ha hecho para analizar la activación de determinadas zonas del cerebro ante distintas emociones.

Pues bien, parece que las zonas cerebrales que se activan ante el dolor o las recompensas físicas (comida, sexo) son exactamente las mismas que lo hacen ante las penas y placeres de carácter social, como podrían ser la envidia o el schadenfreude, que no es otra cosa que la satisfacción experimentada ante el sufrimiento de alguien a quien no tragamos. Así que la envidia duele como duele una caries. Y que la mala suerte de nuestros enemigos nos causa tanto placer como nuestra buena fortuna.

Pues bien, teniendo en cuenta las bases neurológicas de la envidia, no es de extrañar que la Iglesia incluyese este pesar que sentimos ante el bien ajeno entre uno de los siete pecados capitales. De alguna manera había que combatir este sentimiento que resulta tan feo, por muy sólidas que sean sus bases evolucionistas, que sin duda lo son, pues, como ya hemos comentado en un post anterior (ver aquí), la envidia parece tener un claro valor adaptativo, y la desigualdad y el bajo estatus en el grupo generan estrés y problemas de salud. Otra circunstancia social que genera mucho malestar es la exclusión del grupo o el trato injusto: estamos tan necesitados de cariño y aceptación como de ingerir proteínas.

Y ahora surge la pregunta inevitable ¿cómo es posible que el cerebro haya evolucionado para tratar de forma similar a necesidades físicas y a necesidades sociales? Las primeras (alimentación, sexo, protección del frío) son fundamentales para la supervivencia del individuo y sus genes pero, de forma intuitiva, no parecería que las segundas lo sean tanto. Sin embargo, ahí podríamos estar profundamente equivocados, ya que, por ejemplo, la conexión y la aceptación del individuo por el grupo habrían garantizado sus probabilidades de supervivencia. Y por ello, algunos comportamientos encaminados a fomentar la cohesión del grupo, como la cooperación o la prosocialidad, habrían sido seleccionados naturalmente, y se habrían mantenido gracias al efecto recompensante que provoca la liberación de dopamina por el área tegmental ventral sobre el núcleo accumbens. Es decir, algo parecido a lo que ocurre en nuestro cerebro cuando sentimos placer físico derivado de una buena comida o de la actividad sexual. Pues esas son las paradojas de la naturaleza humana, la buenaventura de los demás nos provoca tanto dolor como el placer que experimentamos ayudando y haciendo bien a nuestros iguales.
Lieberman, M. D y Eisenberger, N. I. (2009). Pains and pleasures of Social life. Science, 323.

domingo, 15 de febrero de 2009

Sexo y mentiras sobre la primera vez


Desde principios de los años 90 hasta la actualidad he participado en diversos estudios sobre sexualidad adolescente, y en todos ellos ha aparecido el mismo dato: los chicos se inician sexualmente ante que las chicas. Siempre me ha causado sorpresa esta diferencia de género en la edad a la que acontece esa “primera vez”. Y es que esta mayor precocidad masculina aparece en todas las investigaciones realizadas en nuestro país que recogen información sobre sexualidad, como son los estudios del Instituto de la Juventud, los de la Fundación Santamaría, el HBSC (Health Behaviors in School Aged Children) y los de ámbito autonómico o local.

Tanta coincidencia podría llevarnos a pensar que estamos ante una realidad incontestable, los chicos son más precoces que las chicas, y punto. Y lo serían por razones diversas, como por su mayor deseo sexual, o por el menor control social que soportan que les llevan a mostrarse más desinhibidos sexualmente. Son razones de peso, que podrían explicar su más rápido inicio en la práctica de la masturbación o la menor culpabilidad asociada a esta actividad. Sin embargo, si bien la masturbación se práctica en solitario y no requiere de pareja, no ocurre lo mismo con el coito que sí precisa de un partenaire. Este dato es el que siempre me ha hecho pensar que las encuestas no dicen la verdad sobre este tema. ¿Con quién lo hacen?

Todos sabemos que ellas maduran sexualmente uno o dos años antes que ellos, y que suelen relacionarse con chicos que son algo mayores. Así, es frecuente ver como una chica de 15 años comienza a salir con un muchacho de algún curso superior que le aventaja en edad. También sabemos que la iniciación sexual suele tener lugar en el contexto de esas relaciones de pareja, más o menos esporádicas, y que hace mucho que quedó atrás el tiempo gris en que los varones de estrenaban con profesionales del sexo. Por lo tanto aquí hay algo que no cuadra, si en la mayoría de parejas el varón suele ser mayor que la mujer, y si la iniciación sexual tiene lugar en esas primeras relaciones, lo normal es que las chicas pasen por esa primera vez con menos edad que sus compañeros. No digo yo que ellos no deseen hacerlo antes que ellas, que es bastante probable, pero otra cosa es lo que ocurre en la realidad.

Entonces, ¿a qué se debe esa recurrente mayor precocidad masculina que recogen todos los estudios? Pues creo que está bastante claro, y tiene que ver con un sesgo que afecta a todas las encuestas: la deseabilidad social, o tendencia a responder de acuerdo con lo que se espera del encuestado. Es evidente que en nuestra cultura el que un varón se inicie pronto y se muestre promiscuo es valorado de forma positiva, algo que no ocurre cuando se trata de la mujer, cuya precocidad y promiscuidad conllevaría ciertas connotaciones negativas. Para ellas la sexualidad sigue estando más restringida que para ellos, aunque, obviamente, no tanto como en tiempos de sus abuelas.


Un argumento a favor de esta hipótesis de que las encuestas no reflejan la realidad son los resultados de estudios similares realizados en otros países. Como indican los resultados del HBSC, los países en los que las chicas se muestran más precoces que los chicos, como Suecia, Finlandia o Islandia, se caracterizan por una mayor igualdad entre hombres y mujeres, en los que cabe esperar que haya una mayor aceptación de la sexualidad femenina y un menor control social sobre ella. En cambio, los países en los que ellos se inician mucho antes, Rumanía, Bulgaria o Grecia, son países más tradicionales en su concepción de la sexualidad femenina. España se situaría en una posición intermedia. Por lo tanto, es bastante probable que esas diferencias entre chicos y chicas en la edad a la que dicen tener su primera relación sexual sea el reflejo de los estereotipos de género sexistas que predominan en ciertos países como el nuestro, aunque los hay aún peores. Estos estereotipos llevarían a que ellos respondieran a las encuestas adelantando la edad, mientras que ellas la atrasarían. Aunque la encuesta sea anónima, el autoengaño para ajustarse a lo que se espera de ellos y ellas puede ser un dulce consuelo.

martes, 10 de febrero de 2009

El miedo al Otro

...............................El escritor Amos Oz

Amos Oz describió en su novela Una pantera en el sótano, la relación de amistad entre un niño judío de Jerusalén y un policía británico en la época anterior a la declaración del estado de Israel, cuando Palestina aún estaba bajo el mandato de Gran Bretaña. Una relación que se fragua alrededor de un intercambio de clases de inglés y hebreo, y que lleva a ambos al reconocimiento del “otro”, más allá de los prejuicios previos, y al debate moral entre la lealtad y la traición a sus iguales. Esa connivencia con el “enemigo”, que supuso para el protagonista infantil de la novela la consideración de traidor por parte de sus amigos, es una clara metáfora de la vida del escritor, un intelectual comprometido con la superación de los fanatismos y de las diferencias que separan a árabes y judíos, y que le supuso el rechazo de sus paisanos. En su magnífica obra Contra el fanatismo, Oz plantea todo un canto a la paz, y sitúa en el fanatismo la causa de la mayoría de los conflictos que aquejan al mundo actual. Para el intelectual israelí, la esencia del fanatismo reside en “el deseo de obligar a los demás a cambiar. En esa tendencia tan común de mejorar al vecino, de enmendar a la esposa, de hacer ingeniero al niño o de enderezar al hermano en vez de dejarles ser".

La visión esperanzadora de Amos Oz se sitúa en las antípodas de la de autores que como Samuel Huntington consideran inevitable el choque entre la civilización occidental y el mundo del Islam (ver aquí). Para Huntington los conflictos tienen su origen en las diferencias religiosas, y por ello su resolución es difícil, y pasa por la disolución y absorción de una de las culturas por la más fuerte: el enfrentamiento resulta inevitable, y los buenos, es decir Occidente, deben derrotar a los malos, o sea el Islam, considerado intransigente, fanático y hostil. Esta tesis maniquea, probablemente por su simpleza, ha tenido una gran aceptación: estamos en peligro de muerte y tenemos que defendernos. Se acabó el relativismo cultural que dominó la esfera política durante las últimas décadas, a partir de ahora el faro de occidente debe iluminar la senda a seguir por las culturas inferiores.

Como ha señalado recientemente Tzvetan Todorov, detrás de esta idea se esconde un rígido determinismo cultural en el que se considera que los individuos actúan fundamentalmente de acuerdo con las normas de su grupo. Determinismo que afecta especialmente a quienes proceden de países musulmanes, pero no a nosotros los occidentales. Ellos actúan siguiendo los mandatos de su ADN cultural, nosotros por una serie de razones psicológicas, políticas, económicas o sociales. La libertad que revindicamos para la población de occidente se les niega a ellos que obedecen en todo momento su esencia de musulmanes.



Pero para Todorov el islamismo es un movimiento político, que no religioso, que tiene sus bases en una serie de acontecimientos ocurridos a lo largo del siglo XX. Esos avatares históricos han conducido al islamismo a la situación actual, doblemente maniquea, en la que los adversarios se convierten en una encarnación del mal que hay que derrotar. Todas sus desgracias proceden de su enemigo Israel y de su protector Estados Unidos.

Pero si las bases son políticas, también es posible una encontrar una solución política. Una solución que pasa por el diálogo, por escuchar al otro y, entender sus necesidades, sus deseos, su razones y su forma de entender el mundo (aquí) . Amos Oz y Tzvetan Torodov, al igual que Ryszard Kapuscinski, abogan por la mediación, por el pluralismo, por conocer al otro y por negar ese maniqueísmo tan presente en nuestro días. El miedo al otro nos hace intolerantes, y nos sitúa en una posición de alerta que anula la empatía y hace más probable la agresión reactiva puesto que tenemos que defendernos de esos bárbaros tan distintos a nosotros.
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Después de tanto tiempo
acechándoos,
cuando estuvo frente a ti,
viste
que su mirada era
tu mirada,
que tu miedo era
su miedo
que su dolor era tu dolor

sábado, 7 de febrero de 2009

Malos tratos en los centros de protección de menores


La Ley de Protección Jurídica del Menor establece la posibilidad de declarar una situación de desamparo, de forma que la guarda y tutela del niño o niña pase a ser asumida por la Administración. Naturalmente, esa es una medida drástica que sólo se toma en situaciones excepcionales en la que hay un claro incumplimiento por parte de los padres del ejercicio de sus deberes: negligencia, malos tratos, abusos, etc. Cuando la Entidad Pública asume la tutela de un menor, debe proporcionar los recursos para que se ejerza la guarda del menor, ya sea a través de la adopción o el acogimiento familiar, o bien mediante el ingreso en un centro de protección.

En algunos casos, pueden ser los mismos padres quienes soliciten a la Administración que se haga cargo de la guarda, generalmente por la escasez de recursos para el adecuado ejercicio del rol parental. Por ejemplo, padres con muchos hijos y dificultades económicas, o con hijos “difíciles” y pocas habilidades parentales, que se ven desbordados por la situación familiar y abocados a solicitar ayuda a la Administración.

Por lo tanto, en estas situaciones la Entidad Pública que se hace cargo de la guarda de un menor tiene la obligación de velar por él, educarlo, alimentarlo y procurarle una formación integral. Es decir, lo mismo que se le exige a cualquier padre y madre residente en nuestro país. Cuando la medida de protección supone el ingreso en un centro, la persona que dirige el centro es la encargada de ejercer la guarda y la que asume la responsabilidad de cualquier situación en la que las necesidades del menor no estén cubiertas.

Pues bien, tras esa aclaración, hay que hacer referencia al informe que el Defensor del Pueblo acaba de remitir al Congreso de los Diputados, y que a lo largo de esta semana ha tenido una importante repercusión en los medios de comunicación. Se trata de un documento que recoge los resultados de una investigación realizada en 27 centros, todos de titularidad pública, aunque la mayoría de ellos están gestionados por entidades privadas. Tengo que insistir en que aunque muchos de los niños atendidos en estos centros presentan importantes problemas de conducta, se trata de centros de protección, y no son centros de reforma para menores que han cometido delitos.

El informe (ver aquí) ofrece un panorama desolador de la situación por la que pasan muchos de estos niños tutelados por la Administración: castigos corporales severos, aislamiento, a veces durante días, en habitáculos cerrados, desnudos integrales para realizar inspecciones, medicación sin el consentimiento del menor –algo a lo que la obliga la ley a partir de los 12 años-, vejaciones, etc. Es decir, algo que sin ninguna duda llevaría a declarar una inmediata declaración de desamparo y una retirada de la tutela, si en lugar de un centro de protección se tratase de una familia.

¿Qué futuro espera a estos menores, que suelen provenir de familias desestructuradas y que han pasado previamente por situaciones muy complicadas? La verdad es que no resulta difícil hacer un pronóstico que no es nada halagüeño. Como ya hemos tenido la ocasión de comentar en algunas entradas anteriores, la plasticidad neurológica es grande hasta bien entrada la adolescencia, de forma que cuando los menores crecen en un entorno de cariño y protección los centros cerebrales relacionados con el control y la regulación de la conducta maduran de forma adecuada. En cambio, en contextos hostiles en los que son frecuentes las situaciones de mucho estrés, como la que se vive en algunos de estos centros, el circuito básico de amenaza, que integra la amígdala, se encontrará hiperactivado, lo que está relacionado con la agresividad reactiva y la conducta antisocial. Por lo tanto, no son necesarias dotes de adivino para aventurar que muchos de estos menores pasarán a centros de reforma, en un primer momento, y más adelante a centros penitenciarios. Es muy probable que la mayoría de ellos se beneficiarían mucho de un trato adecuado llevado a cabo por profesionales especializados. Sólo de esa forma estos niños y niñas podrían darle un requiebro al destino y convertirse en adultos competentes y responsables. Pero eso exige creer firmemente en la plasticidad del ser humano y apostar por ello, supervisando estos centros de protección y dotándoles de los recursos que necesitan para llevar a cabo una labor tan importante.
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miércoles, 4 de febrero de 2009

Un modelo de desarrollo positivo adolescente



No puede decirse que la gente adulta tenga una opinión muy favorable de los adolescentes. En una entrada anterior ya hice referencia a un estudio que llevamos a cabo hace unos años en el que no salían demasiado bien parados, pues calificativos como promíscuos, violentos, irresponsables o consumidores de alcohol y otras drogas eran otorgados con generosidad por los adultos entrevistados. Esta imagen tan sesgada hacia lo negativo ha propiciado un modelo de atención a la salud adolescente centrado en el déficit y en los factores de riesgo, de manera que toda intervención parece ir encaminada a prevenir alguna conducta problema, sobre todo la violencia y el consumo de drogas. No digo yo que no haya que llevar a cabo ese tipo de programas, por supuesto que es importante la prevención, pero el exceso de interés en la misma hace que nos olvidemos de la promoción de la salud y el desarrollo.

En los últimos años ha surgido en Estados Unidos un nuevo modelo centrado en el desarrollo positivo y en la competencia durante la adolescencia, que tiene sus raíces en el modelo de competencia surgido a principios de los años 80 en el ámbito de la psicología comunitaria. De acuerdo con este enfoque, denominado Positive Youth Development, prevención no es sinónimo de promoción, y una adolescencia saludable y una adecuada transición a la adultez requieren de algo más que la evitación de algunos comportamientos como la violencia, el consumo de drogas o las prácticas sexuales de riesgo, y precisan de la consecución por parte del chico o la chica de una serie de logros evolutivos.

Con el objetivo de construir un modelo de desarrollo positivo adolescente, es decir, de las competencias y características individuales que pueden considerarse más importantes de cara a definir a un chico o chica competente y con un buen ajuste, en el Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla hemos llevado a cabo un estudio cualitativo, mediante la utilización de dos técnicas de consenso como son el grupo nominal y la técnica delphi. El estudio contó con la financiación de la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía.

El grupo nominal estuvo formado por profesionales de los campos de la psicología, la psiquiatría y la educación, seleccionados en virtud de su vinculación profesional con la etapa adolescente. En el caso de la técnica delphi se contó con 30 profesionales con características similares, pero que desarrollaban su trabajo en distintas ciudades de nuestro país.

El modelo elaborado (ver Figura 1) incluye un total de 27 competencias específicas que se agrupan en cinco grandes áreas o competencias de carácter más general, y aunque todas ellas tienen un gran interés, podríamos considerar que hay un área central relativa al desarrollo personal que integra y recoge aportaciones de las 4 restantes (social, cognitiva, moral y emocional). No obstante, las relaciones entre las competencias específicas de este bloque central, y las integradas en las restantes áreas son bidireccionales, ya que un mayor desarrollo de las competencias personales relacionadas con el yo representará un impulso sobre las demás. El modelo propuesto es global o integral, y va más allá de las concepciones que se limitan a considerar el rendimiento académico o la ausencia de problemas emocionales o conductuales como los únicos indicadores del desarrollo saludable o florecimiento adolescente.




Figura 1. Modelo de desarrollo positivo adolescente elaborado a partir del estudio cualitativo



En este modelo, que considera que chicos y chicas adolescentes tienen mucha plasticidad y grandes potencialidades, el florecimiento representa el proceso por el que, implicado en relaciones saludables con su contexto, el adolescente se encamina hacia el desarrollo de una integridad personal ideal. Cuando la persona florece contribuye de forma positiva a la sociedad en la que vive. Por lo tanto, una flor que integra las cinco áreas o competencias que definen un desarrollo positivo, y que tiene la capacidad de crecer, representa una buena metáfora gráfica del modelo.

El modelo del desarrollo positivo representa una visión optimista del ser humano, en general, y del adolescente, en particular, en el que cuando se dan las condiciones favorables, y chicas y chicas se ven implicados en relaciones saludables con su contexto, florecen como ciudadanos prosociales y responsables que realizan su contribución personal a la sociedad en la que están inmersos. Por lo tanto, cuando se crean esas condiciones contextuales, no solo se estará favoreciendo el desarrollo saludable de jóvenes y adolescentes, sino que, además, estaremos contribuyendo a la mejora de la sociedad.

Oliva, A., Hernando, A., Parra, A., Pertegal, M. A., Ríos, M. y Antolín, L. (2008). La promoción del desarrollo adoelscente: Recursos y estrategias de intervención. Sevilla: Consejería de Salud de la Junta de Andalucía.

Oliva, A., Ríos, M., Antolín, L., Parra, A., Hernando, A. y Pertegal, M. A. (2010). Más allá del déficit: Construyendo un modelo de desarrollo positivo adolescente. Infancia y Aprendizaje, 33, 223, 234.